Muchas veces uno sabe que tiene que tomar una decisión y no se anima.
Por momentos la línea entre el desear y el querer parecen fundirse en la cabeza.
Muchas veces uno sabe que tiene que el silencio no ayuda, que debe preguntar para decidir y no encuentra la valentía para hacerlo.
Muchas veces las palabras suenan lindas y ordenadas en nuestras cabezas y al momento de decirlas mirando a los ojos de alguien, no salen, o salen desordenadas o se dicen de la manera menos indicada.
A mí siempre me gana la prisa y este año (digo este año, porque es uno de mis objetivos, aunque me acompañe por el resto de mi vida) tengo que aprender a no tomar decisiones con la vista nublada. Nublada por el enojo, por la tristeza o por la prisa.
Cuesta esperar, pero hasta no tener la vista clara es mejor no accionar, porque cuando uno no ve el camino puede estar volviendo hacia atrás sin darse cuenta.
Y lo que no sabemos es que decidir también libera y nos hace bien, aunque nos quedemos sin eso que no podemos soltar.
Así que ... a mirar para adentro, no para afuera, a buscar las respuestas dentro de uno y no en lo otros y a tener la vista más clara para poder luego mirar con los ojos transparentes.