miércoles, 8 de septiembre de 2010

Break on through (to the other side)

Hoy me hicieron un "test", digamos... proyectivo.

Consiste en un cruce entre disciplinas, mezcla de Rorschach con tarot... bueno, sí, suena raro, pero no me lo hizo ningún improvisado de Plaza Francia con un mantel con soles y lunas arriba de una mesa desvencijada, sino alguien que se tomó el tiempo de entender y aprender (y aprehender) el procedimiento, que estudia incansablemente cómo lograr que las personas a las que trata puedan decir y decirse eso que la mente tanto se empeña en guardar.

El test inicia con la elección de un número determinado de cartas (cinco) sacadas al azar de un mazo revuelto.

Las imágenes impresas en esas cartas consisten en una recopilación de obras de arte de numerosos artistas de todas partes del mundo.

Más allá de lo intuitivo de la elección de cada carta, el que interpreta una a una las cartas es uno mismo, no un "oráculo" o un "vidente".
Bueno, el tema es que uno tiene que posicionar las cinco cartas en, a su vez, cinco lugares diferentes que se componen de: la crisis, la raíz, los deseos, los recursos y la solución.

Como decía antes, yo misma iba dando vuelta las cartas que había colocado en esos cinco lugares e iba viendo las imágenes. Luego, le explicaba a mi interlocutor qué veía en esas cartas, qué sentimientos me surgían, qué historias imaginaba, y cuánto me reflejaban.

Lo que me dejó en el estado en el que estoy (suspendida) es que, salvo la imagen final, la de la solución, todas las imágenes me remitian sentimientos áridos, trabajosos.
Imagenes de rupturas y de desintregración.
Ni un solo sentimiento de placer, de amistad, de comunión, de paz, en las cuatro primeras cartas.
No puedo echarle la culpa al que puso en práctica el juego, porque la lectura de las imágenes corría por mi cuenta.
Era en absoluto responsable de todo aquello que veía.

En un punto sé que el haber puesto en el paño esos sentimientos es positivo, lo que no puedo decir es que lo tome con alegría.Quedé vulnerada, mis puntos débiles y mis miedos quedaron expuestos.
Como cuando uno, en una gran discusión dice aquello que viene callando y de repente la verdad se presenta brutal y a los gritos, enfrente de todos y de nosotros mismos.

Una vez que uno ve cosas como esas no puede hacerse el boludo y hacer que nada ha pasado.
Si no la utilidad del ejercicio (y de los gritos) es nula, y no es el objetivo.

El reconocerse es un proceso larguísimo, plagado de altos y bajos, de momentos de extrema lucidez y de sentir que la fuerza de la revelación hará que no volvamos a caer en errores pasados. Y a la vez también hay momentos de profunda caida, de una lucha intensa con un modo de ser que lleva años siendo de ese modo y que se resiste a ser doblegado.

La imagen de la carta final, la de la solución, era la de un ser hermoso, lleno de luz y colores
brillantes saliendo al mundo y dejando atrás un caparazón resquebrajado y oscuro en su interior.