martes, 10 de febrero de 2009

El regalo

El domingo a la tarde se me ocurrió sacar una foto con el celular.
Y en el preciso momento en el que presiono el "click", entra el llamado de una amiga y mi teléfono hizo lo que hace mi mente cuando alguien me habla mientras estoy redactando algo: se colgó.
Se colgó, se confundió, no pudo con eso.
Intenté guardar la foto. No pude. Intenté atender el llamado. No pude.

Resultado: lunes en la oficina de servicio técnico de la compañía de teléfonos preguntándome qué me había llevado a comprar un celular con cámara, siendo que un teléfono es para hablar y no para sacar fotos, y si un teléfono sirve para hablar y para sacar fotos y para escuchar música y para localizar la penitenciaría más cercana en el partido de La Matanza, y para despertarme a la mañana y para filmar el bautismo de mi sobrino, alguna de todas esas cosas la va a hacer mal. Sencillamente porque no puede con todo.

Sumado a la cámara, por supuesto que está la tarjeta de memoria que fue lo que estalló por completo y que constituye en la razón del desperfecto general. ¿Quién me mandó a comprar un teléfono con tarjeta de memoria?

El problema además, es que uno puede obtener uno de estos gloriosos aparatitos en cualquier puesto de cartón a la entrada de cualquier shopping, restaurant, paseo, galería, iglesia, colegio, etc, pero jamás podrá pretender que en el mencionado puesto de cartón con una sombrilla del año 98 "lookeada" para la ocasión le vayan a solucionar un "desperfecto técnico".
Para eso hay que cruzarse la capital y / o el conurbano y disponer de tiempo para que alguien te tome el reclamo y decida cuando volverás a tener tu equipo disponible.

En realidad, mi enojo no es con la rotura, ni con el teléfono, ni con la compañía celular en sí. Mi enojo es conmigo, porque el lunes en la espera recordaba el maravilloso texto de Cortázar que dice que cuando a uno le regalan un reloj, el que es regalado es uno mismo.
Cuando compré un teléfono, me compraron a mí.
Compraron mi tiempo de permanencia en la compañía, porque se aseguran de que no los voy a abandonar en un año como mínimo: esa es una de las condiciones del contrato entre el aparato y yo.
Compraron mi tiempo a la hora de llamar para hacer una consulta o un reclamo y decidir cuándo han de atenderme y también decidir si van a darme algo de lo que les pido o no.
Compraron mi libertad de hacer otra cosa, cuando tengo que pasar todo un mediodía esperando a ser atendida porque no lo hacen en otro sitio que no sea ese.

Cuando compré el teléfono, en realidad, me compraron a mí.
Y me compraron bastante barato.




2 comentarios:

  1. Reloj..me hiciste acordar a esos locos cronopios que dan vuelta por ahí !
    Deterner el tiempo seria ideal...no? pero también aburrido !
    tengo que contarte algo que me pasa por la cabeza! una rareza

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