lunes, 9 de febrero de 2009

The truth is out there


Desde que mi amiga Xa (la voy a llamar así para mantener su anonimato aunque ella en particular no se preocupa demasiado por su imagen pública) me trajo la 3ra temporada de X files, no puedo dejar de conectar la ficha roja y la ficha blanca en la base de mi cerebro y alimentarme a base de "actividad paranormal", reencarnaciones, conspiraciones transplanetarias y demás ingredientes supraterrenales.

El capítulo que ví el sábado hablaba de la memoria.
De cómo los pueblos antiguos preservan sus rituales a través de la oratoria.
De lo que van contando los ancianos a sus jóvenes y ellos a sus hijos.
De lo poco que sirven, a veces, los soportes digitales para esos fines.
Uno puede destruir un cd, un mp3, un minidisc, un cassette.

Pero destruir la memoria de alguien es mucho más complejo, y mucho más lo es destruir la memoria de un pueblo.

Aunque haya pueblos que se empeñan en olvidar y vivir su historia a tropezones, repitiendo una y otra vez los mismos desaciertos, como adolescentes eternos que se resisten a convertirse en adultos, y a crecer y hacerse cargo de que empezaron a afeitarse hace rato y que sus errores ya no merecen la indulgencia de la pubertad.

Aunque haya pueblos que se empeñen en recordar y revivir su historia permanentemente, frente a quienes quieran escucharla y también a quienes no quieren hacerlo. E imponen su memoria al resto de los pueblos, y porque se han empeñado en no olvidar, somenten a otros pueblos a los mismos dolores a los que ellos fueron sometidos.

Las personas, los objetos, los recuerdos, los sentimientos, las angustias y las alegrias, el sol, la lluvia y las nubes, todo vive siempre que haya alguien que así lo mantenga.

Y aunque la mente humana tiene sus trampas, cada uno es el artífice de su propia memoria y de lo que decida mantener vivo en ella.
Y de cómo ha de vivir en consecuencia.












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